
A la hora del entierro sólo iban los hombres, con gran respeto y silencio. Existían entierros de primera, segunda y tercera categoría. El cura llegaba a la puerta de la iglesia, si se le entregaba algo de dinero seguía detrás del féretro hasta la próxima parada. Si éste llegaba al cementerio estamos seguros que se trataba de un entierro de primera categoría.
En el cementerio las fosas eran cavadas en la tierra por el sepulturero. Era costumbre de los acompañantes coger un puñado de tierra, besarlo y tirarlo sobre la caja antes de enterrarlo.
El luto era riguroso, toda la ropa de la casa se teñía de negro con agua caliente y tinte. El día de la misa se hacía pasados ocho días desde el entierro y en ese período de tiempo los vecinos consolaban a los doloridos llevándoles algo de comer. Los hombres de la familia no se podían afeitar hasta el día de la misa en que hacían el mismo recorrido que en el entierro.
Son muchas y muy singulares las costumbres funerarias.
González Méndez, Francisco Javier (2005) La Tajea, nº18 San Miguel de Abona
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