29 de diciembre de 2011

30 de Diciembre - Sagrada Familia

José y María suben a Jerusalén para cumplir dos preceptos de la ley: la purificación y el rescate del hijo primogénito.
La purificación era el rito que hacía pura a la mujer que había concebido un varón, cuarenta días después del nacimiento.
El rescate del primer hijo consistía en ofrecer en sacrificio, un par de tórtolas o dos pichones, si la familia, como en el caso de la Sagrada Familia, era pobre.
Maria no había quedado impura, pues su concepción fue obra milagrosa del Espíritu Santo y no de un hombre.
Pero la Virgen quiere cumplir la ley y se purifica.
Jesús, cuántas veces no he sabido cumplir tu ley, tus mandamientos.
Yo si necesito purificarme.
Jesús, como cuando te encontró Simeón, hoy también estás en el Templo: en el sagrario de cada iglesia.
Que no me acostumbre a pasar por delante de una iglesia sin decirte nada.
Que me admire siempre de que te hayas quedado tan cerca para que pueda adorarte.
Madre, cuando Jesús murió en la cruz, comprendiste hasta qué punto era cierta la profecía de Simeón: «y a tu misma alma la traspasará una espada».
Maria, ante semejante plan divino tu respuesta fue heroica: fuiste fiel a Dios, y aceptaste aquel dolor intensísimo a los pies de tu Hijo agonizante.
De tal manera te uniste al sacrificio de Jesús, ofre­ciendo tu dolor por la salvación de todos los hombres, que la Iglesia te llama, con razón, Corredentora: redentora junto con Cristo.
Madre, has aceptado la muerte de tu Hijo, para que yo tenga vida divina.
¡Cómo será el amor que me tienes! Qué poco me entero... ¡perdóname!

Ana podía hablar de Ti «a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.»
¿Cómo es mi oración: la hago cada día; pongo la cabeza y el corazón en esos mi­nutos para enamorarme más de Ti; hago al menos un propósito cada día para mejorar en mi trabajo, en mi vida interior o en mi apostolado?

Ana vivía «sin apartarse del Templo noche y día».
Yo, Jesús, no puedo estar todo el día en la iglesia.
Tampoco es lo que me pides.
Lo que me pides es que -esté donde esté y haga lo que haga- te tenga presente: que te ofrezca el trabajo haciéndolo lo mejor posible, que me preocupe de las necesidades materiales y espirituales de los demás.




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